jueves, 11 de septiembre de 2008

El Retorno del Jevi

Bueno, después de meses y meses (desde Junio, por lo visto) de angustiosa incertidumbre (dos veces me ha llamado la policía para saber de mí) he vuelto. Tengo internet operativo desde ayer, y no veas. 14mb de potencia bruta que se resumen en un mega con cuatro de bajada. Ahí es nada.

Pero con tanto tiempo perdido a las espaldas de este blog tan reciente, me surge la siguiente duda existencial: Continúo con él, o lo dejo y a usar mi tiempo libre con la DS. Desde luego que tanto Mario como el Dr. Kawashima ese tiran bastante a su favor, y poco peso aporta a la balanza la opción de mantener este espacio abierto por si alguna vez me da por soltar algo.

Mientras decido, poco tengo que contar: El mártes se me acaba el contrato y me toca hacer balance y ver a qué me conduce esta situación incómoda. Como veis, todo lo que me depara el futuro diverge en dos opciones fundamentes. Como decía, el mártes me dan puerta en la Cope, así que o me quedo en Madrid a la espera (tirando de ahorros) de que me llamen otra vez, cosa, por lo que me han comentado, harto probable, o desisto de mi aventura en Madrid y procedo a volver a casa como el turrón, en busca de prados más verdes y económicos para el bolsillo de un precario.

Mientras tanto, he estado disfrutando desde el día ocho de la compañía diaria, de seis a siete de la mañana, de Don Federico Jiménez Losantos, demostrándome que a pesar de ser más diestro que el "bunker", con su hábil prosa insultívera hacia todo el panorama político español, ha sido capaz de hacerme soltar carcajadas con ciertas pullas muy bien lanzadas tanto a los de un lado como a los de otro. Compensando, también he deseado tener la capacidad de dar descargas eléctricas directamente a su silla mediante un fáder.

Así que así está el percal. Otra vez en las encrucijadas de las posibilidades. Con lo que me repatea elegir.


Saludos de nuevo.

sábado, 14 de junio de 2008

De bastardos infestada está la prensa.

Me ha llamado la atención escuchar en la radio un cierto comentario de un locutor a la productora, en la cabina, mientras él esperaba a que terminase la publicidad para proseguir con el programa:

-¿Tenemos algún teletipo de última hora?

Al cabo de un rato, después de buscar, la productora dice:

-Cinco muertos en Afganistán.

Y el intrépido locutor, responde tan pancho:

-¿De qué nacionalidad son? ¿Son americanos?

Ole tu polla torera. Valorando la vida humana como se merece...

viernes, 13 de junio de 2008

Chof...

He estado con fiebre, desde ayer tengo dolor de cabeza, no puedo domir en condiciones y me he convertido en el solitario del piso. Genial.

sábado, 31 de mayo de 2008

The IT Crowd

A recomendación (creo recordar) de Alfonso, he comenzado a ver una serie de origen inglés que se llama, obviamente, como el título de esta entrada. Desde luego, me ha sorprendido mucho ver que el humor inglés sigue siendo bueno, original y fresco. La serie trata sobre el departamento de informática de una gran empresa ficticia en Londres, y los desvarios de los dos informáticos y su nueva jefa, la cual sabe nada del tema en cuestión. Os la recomiendo mucho, ya que por ahora sólo hay dos temporadas y cada una tiene seis capítulos... eso sí, ¡en versión original y subtitulada!

miércoles, 28 de mayo de 2008

Extremusika 2008 (Jueves a. G.)

Desperté entre voces y alboroces con una ligera humedad en mi frente (da igual que haga frío o calor, en un saco de dormir y una tienda de campaña siempre me acompaña la sudoración). Desperté, como digo, entre sonidos de gente que parecía tener vida propia, evadiéndose valiente de la lluvia que esa misma noche nos obligó a escapar del exterior. Asomé la cabeza a través de una ligera rendija de la puerta (con los goterones que tenía la puerta, como para abrirla del todo y empaparme hasta el infinito) y vi lo que temíamos todos: precipitación del tipo acuoso, causada por una borrasca de baja presión y viento rumbo sureste (creo) que helaba las peloticas.

Mantuve mi pose de mero espectador al comprobar encantado que la ropa que la noche anterior había apilado (todo el mundo sabe que la apilación es el mejor método para que la ropa se seque, no hay duda) se mantenía húmeda y fría como a mi me gusta. "-Pues nada." -Me dije con tremenda resignación. "-Habrá que esperar a Goomy. O algo." En esos momentos (me paece) despertó Txarko en las mismas condiciones que un servidor, pero sufriendo un mal que acontece a todo hombre en algún momento de la vida. La necesidad de miccionar y la incapacidad de abandonar el hogar. Por suerte para los machos, aunque la necesidad de miccionar se da durante la mayor parte de nuestra vida (¡ay amigos ingenuos que no han oído hablar de los males de la próstata!) no siempre sucede que nos vemos impedidos por las circunstancias festivalescas de tal mal tiempo. Digo yo, vamos.

Resultó de alivio comprobar que todos los que estábamos y conocíamos seguían vivos (por los que murieron sin conocerme, y sin ánimo de ofender: Mejor vosotros que yo, pibes) al comprobar que Andrés, aquel desertor que, en vez de seguir esa noche a la manada en busca de la Tierra Poco Prometida pero Menos Comprometida, decidió quedarse en su tienda a practicar el método lavadora mediante las relaciones copulares. Yo lo habría hecho, de eso no cabe duda. El caso es que recibí su llamada, donde el susodicho deseaba conocer el paradero de los aventureros. Más que nada para arrimarse al árbol que mejor cobija, y si alguna fatalidad sobrevenía, contar con la fuerza del grupo. Qué instintivo y documentalóide me está quedando esto, ¿verdad?

Alfonso y Cristina asomaron sus cabezucas en busca de humanidad y, para mi envidia, salían al exterior con lo que parecía ropa seca. Txarko con el seso avivado y yo, que empezaba a sentirme ligeramente claustrofóbico, meditábamos en silencio (si se nos ocurría alguna buena idea para salir, ya la compartiríamos de ser necesario) alguna manera de acabar vestidos antes de que el resto de capitalinos llegase a nuestras coordenadas. Algo que, en ese momento, se tildaba de lejando. Porque piensen ustedes en esto. ¿Qué harían sabiendo que, allá a donde piensan dirigirse (pues obviamente aun no habían iniciado camino), estando a unos 400 kilómetros de distancia, diluvia como en los tiempos de Noé? ¿Quedarse en casita meditando el teorema de la termodinámica o sufrir el largo hastío de la primavera trompetera en forma acuosa y precipitada? Más adelante lo desvelaremos.

El caso es que al final la vejiga de nuestro amigo Txarkez, desesperada, tomó las riendas de su vida y decidió que, alguien habría en el campamento que tuviese ropa. Ni corto ni perezoso asomó su rapada cabeza, dando (dando de encontrar, no de colisionar) con Andrés, que en ese momento, y ayudado por el resto de seres conocidos y vestidos, montaba de nuevo su tienda a nuestra vera. Surgió así la oportunidad de solicitar unos pantalones de género varón (supongo que las ganas de mear te llevan a ignorar que lo que te cubre las vergüenzas es una falda o un saco de patatas, pero no había llegado a ese dilema moral) y unos calcetines que fuesen a juego. Desgraciadamente, los pantalones (más hippies y se habrían fumado nuestra hierba) no hacían juego con los calcetines, pero al no encontrar el gesto recriminador de Galiano, optó por conjuntarlos en el mismo espacio-tiempo.

No es que sea un chico vergonzoso, pero el frío reinante era capaz de convertir sus pezones en granos de arroz integral, así que Txarko se decantó por pedir una sudadera a un grupo de gente que se afanaba en montar una tienda de esas que deben de usar para explorar Marte y tal. Mientras ello acontecía, yo meditaba sobre la vida, la muerte, los espacios vacíos y el poder del tabaco en el organismo de las amebas. Todo esto sin dejar de pensar que yo también tenía la orina en la punta. Pero como buen acuario que soy, tengo una vejiga más educada y aguanté estoico hasta que fue posible realizar la micción en su justa apariencia.

Salió, como iba diciendo, el gran Txarko a esfintar su orina mientras yo proseguía mi observación del territorio en el que sondeábamos las existencias. Gente vestida por todas partes y con diversas ocupaciones llenaban mis límites visuales, mientras los mastienos se dedicaban a incrustar la tienda de Lucía y Andrés en nuestro espacio vital. Sonrientes y vestidos, muy vestidos. Para entonces, que había perdido tanta cordura que pensaba ser un personaje de "La Llamada de Cthulhu" me dedicaba a mascar mis efluvios salivares intentando hallar algún remedio al aburrimiento soberano que me atenazaba el hipotálamo.

Entonces, como idea nacida en la mente de Steven Hopkins, me dispuse a realizar el comentario más ingenioso de mi corta carrera como comentarista (carrera iniciada y terminada en ese mismo momento, aclaro). "-¿Porqué...?" -Comencé a entonar, buscando la manera de colar mi maquiavélica ocurrencia en la normalidad ISO 9001 que me rodeaba. "-¿Porqué no vais al Carrefour de Cáceres y nos comprais algo de ropica, bonicos?" El silencio se hizo por momentos a mi alrededor, mientras miradas cansadas y empapadas me contemplaban como si acabase de contar un chiste de Miguel Ángel Blanco en la AVT (Alien versus Terminator no, Asociación de Víctimas del Terrorismo). Al final, la bondad se hizo palabra y la frase que me devolvió la esperanza llegó a mis tímpanos: "Vale, íbamos a ir de todas maneras a comprar..."

Así que abonadas mis drogas y más dinero para ropa, Txarko y yo nos quedamos solicos, con las tiendas frente a frente, cada uno metido en su saco. No se si recordarán cuando, en los Simpsons, Homer y Mr. Burns se quedan atrapados bajo una avalancha dentro de una cabaña, y al final pierden tanto el juicio que terminan odiándose (invocando poderes políticos y demás). Pues esto fue igual, pero con aun más odio. Imaginad que, durante una hora, están metidos en un saco de campaña, con la única visión de otro gilipollas como ustedes, en su saco respectivo. Decir que el tiempo corría hacia atrás es decir poco. Pero bueno, curtidos como estábamos de esas minudencias, aguantamos el chaparrón (never said better) y, cuando por fin vimos llegar (después, eso sí, de varias llamadas en plan: "Es que los pantalones están de oferta pero tal, o es que las camisetas son pascual, o las sudaderas no tiene esto...") vimos llegar a nuestros salvadores con unas preciosas bolsas de Carrefour repletas de ropa seca, y con cuatro chaquetones estupendos (para ellos, eso sí) que les habían costado seis lerus. Y casualmente solo quedaban cuatro. Sus muertos.

Vestidos y con una alegría en el corazón que no nos cabía, salimos al exterior de nuestras tiendas contemplando con gozoso deleite como el sol brillaba a través de las inmensas nubes de oscuro tono y peor intención. Decidimos pues, montar las dos tiendas que nos restaban y aguardar la llegada de los madrileños, que habían confirmado su asistencia (éramos capaces de caparles si nos dejaban sin ropa). Montadas las tiendas (resumo este punto, que tampoco es plan de narrar la épica hazaña de clavar las piquetas) y fumados unos porretes, vimos que era la hora de empezar a ver conciertos, empezando por el primero de la jornada: Discordia, paisanos y amigos de Andrés. Ya veremos qué pasó...

Continuará...

jueves, 22 de mayo de 2008

My Name is Earl: ¿Punto y seguido?

La tercera temporada de esta magnífica serie (que, para mí, ha renovado los esquemas de las "Sit-Com" o, en castellano, las comedias de situación) ha llegado a su fin de una manera grandiosa. No se qué tal le van las audiencias por Estados Unidos, y tampoco aquí, de mano de La Sexta, pero está claro que no llega al grado de adicción que pueden generar series como Perdidos, Héroes, House y tal. Pero lo que está claro es que merece su rinconcito en la programación.

Esperemos que haya una cuarta temporada, que no pierdan el rumbo (como parecía que iba a pasar en esta última temporada) y que continúen con el argumento original de la serie. Earl, Randy y La Lista. Seguro que entre los errores del protagonista aun podemos encontrar dignos argumentos para los capítulos que están por venir. Solo nos queda aguantar unos cuantos meses hasta que comience la nueva temporada televisiva en el otro lado del charco. El Karma dictará sentencia...

martes, 20 de mayo de 2008

Extremusika 2008 (Miércoles)

Por fin, después de medio mes, voy a relatarles una aventura de unos jóvenes que vivieron una experiencia digna de ser narrada en, mínimo, un libro religioso cual Biblia o Corán. Porque la que nos cayó ese fin de semana, fue de órdago y me llevo los pares.

El miércoles abandoné el centro de trabajo (como sabrán por entradas anteriores, estoy in da Cope) sobre las cinco, con tiempo suficiente para ir a casa a por las tiendas, coger un taxi y aparecer por Atocha con el tiempo justo.

El tiempo en Madrid era de lujo, con un solaco de vicio. Recogí los bártulos (con la intuición de que el chaquetón, aunque bien abrigado pero empapable hasta lo indecible, se quedaba en casa para que al menos tuviese algo limpio al volver) y, revisando una vez más lo portado por si acaso olvidaba algo (como por ejemplo, la entrada) decidí salir y pillar un coche blanco (por mi calle pasan muchos, por suerte) para que me llevase a Atocha.

El primer de los infortunios a los que Dios me sometía por abandonar mi santo oficio en preferencia de un festival pagano era un buen accidente en la M30 que me obligaba a ir por Madrid (normalmente se tardan unos 15 minutos de mi casa a Atocha en buenas condiciones) y perder una media horita de colas y semáforos. Pero como el verdadero castigo aguardaba en el destino, llegué a tiempo para encontrarme con Txarko (alias "Hamburguesa de quechuas y rojillo") y ayudarle con sus tiendas.

De camino a nuestro tren, ¡sorpresa! Nacionales con perrucos vigilaban los andenes. Gracias a mi Auspex innato y mi olfato para reconocer a los canes (uno siempre huele a sus similares) evitamos entrar por donde un perro jibio nos habría delatado, perdiendo la marihuana y, posiblemente, el tren. Decidimos ir por arriba (más que nada, porque si no, no embarcábamos) y, tentando a la suerte una vez más, otra pareja de nacionales con su mascota bajaban mientras subíamos. Por suerte, me dio tiempo a usar Animalismo y le hice creer al perro que en vez de hierba, llevábamos especias traídas de las Indias. O no.

Llegamos a tiempo para acceder al tren, donde nos preparamos para unas cinco horitas de insufrible viaje a bordo de un Talgo. Por suerte, y en estos viajes ya se sabe, a la gente le sudaba las gónadas que no se pudiese fumar, así que aprovechamos la coyuntura para echar unos pitis en la parte de salida del tren de vez en cuando. Todo iba de lujo hasta que, obviamente, las gotas de lluvia empezaron a resbalar por las ventanas, dándonos a entender lo que nos esperaba al llegar. "Tranquilo Txarko." -Argumenté yo, ingénuo. "Seguro que cuando lleguemos, ha parado."

Al fin pisamos tierra de nuevo en la estación de Cáceres, un año más. La que caía no tenía nombre, así que ni cortos ni perezosos pillamos un taxi que nos dejó en la zona de acampada, donde quedamos con los mastienos, que habían hecho su aparición en Extremadura horas antes. Su mensaje, corto pero poco halagador: "Hay una cola para sacar las pulseras de lo menos dos horas".

Vinieron con todo el buen ánimo del mundo, dispuestos a requerirnos las tiendas con intención de ir montando en algún sitio chulo mientras nosotros nos disponíamos a retirar las pulseras (este año, casualmente coincidiendo con la lluvia, era obligatorio retirarlas antes de acceder al campamento) e ir a ayudarles en cuanto tuviesemos los putos plastiquitos.

Nos empapamos hasta los huesos, mientras disfrutábamos viendo como (somos un poco hideputas, que le vamos a hacer) unos pringados habían venido en piratas y sandalias. La que le tocó a esa pareja no tenía nombre. Después de un siglo y mitad del otro conseguimos nuestras pulseras, pero no se acababa ahí la fiesta. La gente de Cartagena no había tenido posibilidad de encontrar un sitio agradaibol para acampar, y teníamos que ir a ayudarles a desmontar para buscar un lugar más acogedor. Toma ya.

Después de vagabundear por el recinto en busca de "dos quechuas" (jamás entenderéis, si no vais a un festival, lo rico que debe de ser el Señor Decathlon) encontramos a nuestros amigüitos cagándose en la puta d'oros. Por suerte, la zona de acampada grande se había abierto, así que decidimos ir hacia allí en busca de pastos más secos (porque frescos estaban todos, ja, que buena broma). Unos momentos de pánico más tarde accedimos a la Tierra Prometida con más agua que la que jamás el Segura ha portado en su contaminado cauce, y con los cojones a la altura de los sobacos por tanta mala leche seguida.

Acampamos, si se puede decir así a tirar las tiendas y refugiarnos como perras dentro, en cualquier parte solitaria, mientras Txarko y yo comprobábamos como, por imbéciles, teníamos dos tiendas de sobra pero nada de ropa para cambiarnos. Ole nuestra polla torera. Obviamente, nuestra ropa estaba bien seca con Goomy, y sus tiendas estaban sufriendo con nosotros la ira de Dios. Así que sin más preámbulos, nos metimos en los sacos. Hice el amago de liarme un porro de hierba, pero todo mi papel estaba empapado (buah, marica, dirán algunos. Os follen dos perros puestos a speed de mi parte, monsieurs). Así que solo quedaba la opción digna de película: Pedir papel a la tienda de Cris y Alfonso, con el consecuente fallo en el lanzamiento y la consecuente escena de heroísmo acojonante por mi parte (solo salí dos segundos a recoger el papel, pero joder lo bien que me quedó el grito y la cara de agonía suprema).

Liado el porro (aun no se como mis falanges heladas consiguieron adoptar la posición de "liar" sin quebrarse en mil pedazos) y consumida mi parte, asomé el gepeto para entregarlo a su dueño y decidí que, por ese día, se acababa la consciencia. Me arrebujé (bendito sea Él, que me hizo olvidar el saco el año pasado, y no este. Mil veces bendito sea Su Nombre) en mi trozo de tela sintética pensando en una cosa: No me queda ropa seca...

Continuará...